El cambio...todo el mundo lo tememos y no sabemos cómo gestionarnos ante ello. Más si es un cambio que nos produce un impacto profundo, una pérdida del tipo que sea, si forma parte del proceso irreversible del envejecimiento, la enfermedad o la muerte.
Como decimos en Mindfulness, cada respiración es como el ciclo de una pequeña vida, nace y muere y en medio, es el discurrir de la vida: nacimiento, tránsito y muerte, momento a momento. A un chasquido de dedos, todo cambia segundo a segundo, cada respiración no es como la anterior ni será como la siguiente, cada respiración es única y a la vez forma parte de un proceso continuo.
Cada momento es único y forma parte de un proceso de nacimiento, frescura, novedad, principio de algo, apertura, experiencia....tránsito consciente....y muerte, desapego, aprendizaje, renovación, transformación, que pasa, fugaz. Hasta que se trasciende lo conceptual, y forma parte de un proceso de continuo, sin principio ni fin, sin disociación, sin dualidades, comunión de aparente antítesis.
Esto es algo a practicar a lo largo de toda nuestra vida, pues sucede, forma parte de la naturaleza de todo lo compuesto.
Algunos hablan de salir de la zona de confort, otros de la sensación de vacío, de no tener nada bajo los pies o de andar sobre una superficie de cristal... Lo que está claro es que tarde o temprano necesitamos aprender a abrazar y sostener los cambios y a fluir con ellos de la mejor forma que nos sea posible.
El estado mental para fluir es la clave. Se trata de cada día decidir seguir avanzando con todas nuestras limitaciones, sin negación ni rechazo, decidir cada día hacerlo mejor, ser una mejor versión de nosotr@s mism@s, de forma muy bondadosa. Con una confianza de que estamos donde necesitamos estar, desde una actitud abierta y desapegada, enfocada en presente, trascendiendo esa zona de comodidad y seguridad, trascendiendo mi expectativa hacia dónde me gustaría que se diera un resultado, y dándonos la oportunidad de experimentarnos fluyendo en el momento que se da, tal y como se da, aceptando lo que soy y lo que es en ese preciso instante.
Todo sigue un proceso donde sólo cabe relajar, conectar con nuestra naturaleza de calma, respirar hondo, conscientes, presentes, antes de la siguiente ola de ansiedad, miedo, pánico ante la sensación de cambio, de pérdida de algo, de no poder controlar un resultado, de la sensación de vértigo que origina el no aferrarse a nada...demasiado...., el soltarse a un vacío cuando algo repentino se apodera de nuestro día y origina un cambio no esperado.
Requiere la adecuada atención, motivación, confianza e implicación a todos los niveles, integrando cuerpo-mente-espíritu, integrando las funciones conscientes e inconscientes, situarnos en un estado de pura presencia, desde donde todo nace sin esfuerzo, de forma natural. Y, desde este punto, podemos experimentar más allá de disociaciones o dualismos extremos, de expectativa de resultado, y nos encontramos en ese proceso continuo, relajando, encontrando el camino de menor resistencia para poder elevar lo que hacemos a otro nivel, trascendiendo cualquier actividad incluso rutinaria, y haciendo de cualquier cosa una experiencia única, que a su vez forma parte del proceso, y una oportunidad para seguir conectados, seguir atentos, seguir presentes, buscando y viendo lo sagrado de cualquier Ser que tenemos al lado, de cualquier situación, de cualquier hecho, actividad, de cualquier cosa que sintamos, pensemos, hagamos.
Más que un rechazo o negación ante lo impermanente, aprendo a aceptar, desde el reconocimiento de mis limitaciones, de mis sombras, de mis resistencias, de mis necesidades y carencias, desde una compasión profunda hacia nuestra naturaleza humana y hacia todo lo que está sujeto a cambio EN y ALREDEDOR de nosotr@s, desde un núcleo profundo que sin embargo permanece inalterable.
Y también pasa que a veces no se dan los cambios esperados en el momento en que un@ los espera... porque igualmente todo sigue un proceso, no se llega al otoño sin pasar la estación del verano, y aunque no hayan cambios aparentes en lo esperado, necesitamos conectar con ese nivel más sutil donde intuimos que se está gestando lo necesario en el proceso, aunque no lo vea “con los ojos de ver”. Y llega el momento en el que de pronto se origina la transformación de aquello que en más nos hemos trabajado, hemos persistido, nos hemos disciplinado, hemos aprendido, crecido, mejorado, de pronto llega una comprensión profunda, de pronto llega algo experiencial desde lo profundo que lo ilumina todo por un segundo y desde ahí se genera la verdadera corriente de confianza con la inteligencia de vida.
He rescatado de un reciente encuentro algo que me conectó con esto: el proceso del agua: el agua llega a evaporarse a un grado determinado, sólo es un grado de todo un proceso de grados de calentamiento previos, sólo un grado más y origina el milagroso proceso de transformación.
Y aún sabiendo que todo proceso conlleva un resultado, supone todo un reto vivirlo a cada momento, observando las resistencias y dejando que sea el que tenga que ser, en su forma natural, atestiguando cada segundo, en completa presencia, en esa danza de nacimiento, tránsito y muerte para volver a renacer al siguiente instante presente, trascendiendo estos mismos conceptos. Porque al final este mismo instante es la consecuencia de todos los momentos previos experimentados, y tendrá consecuencia asimismo en los momentos que le siguen.
Así pues, como digo a las personas con las que comparto los programas, mucha bondad, mucha aceptación, mucho respeto y mucha observación y comprensión inspiradora con los procesos de cada un@ de nosotr@s.
Nuria Gomar.
Una noche de verano.
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